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martes, 13 de diciembre de 2011

AXEL, EL NOVIO QUE QUIEREN TODAS ..

Hasta que las luces del escenario centellean, todo transcurre más o menos tranquilo. No hay histeria en la entrada, aunque las calles que rodean al Luna Park están abarrotadas de vendedores que ofrecen remeras, credenciales, posters con su cara. En todas aparece él, con el flequillo correctamente despeinado, la mirada con un velo de timidez, la pose de señorito que pide ser devorado. Todo fluye sosegado, sí, incluso adentro, cuando suenan palmas que reclaman su presencia. Finalmente, las luces de la sala se apagan. Un video se reproduce en las ocho pantallas gigantes. Gente común, una chica embarazada, una nena, un anciano, hablan de un nuevo sol y dicen qué es eso para ellos. Cuando todo termina, él se eleva en el centro de la escena, con la imagen de un cielo que se vuelve rosado a sus espaldas.


Los videos de “Te voy a amar”, el primer single de su último álbum llamado “Un nuevo sol”, tienen en Youtube unas siete millones de vistas. Poco todavía. Sus otras canciones, las más antiguas, llegan a los 25 millones de reproducciones. Para la presentación de su último trabajo se agotaron las entradas de cuatro Luna Park. En épocas en la que la venta de discos parece tener los días contados, a él le dan el de oro y el de platino el día de lanzamiento. Primero fue conocido como Axel Fernando. Ahora es sólo Axel, algo más escueto que su formal: Axel Patricio Fernando Witteveen. Es la estrella de la música romántica de manufactura nacional. Hace obras de beneficencia, es un militante del pensamiento positivo y sus derivados, vive en Córdoba, en un pequeño pueblo de Traslasierra, pero alguna vez llegó a vender toda su ropa en las calles del DF, en México, para poder comer y pagarse la vuelta de un viaje que le prometía todo y no le cumplió nada.


Ahora, abajo, ellas arquean sus cejas, llevan sus manos al corazón, muestran los carteles que llevaron: “Para mí, Dios es Axel”, “Vinimos de Tandil”, “Axel te amo”. Él va de una punta a la otra del escenario. Hay un juego de miradas. Las de él, al vacío. O al mar uniforme de ojos, que es lo mismo. Las de ellas, a él. Lo miran con anhelo. A lo largo de las dos horas que dura el show, Axel toca la guitarra eléctrica, la acústica, el ukelele, la armónica y el piano. Hay gritos. Muchos. Histéricos. Él anuncia que alguien del público va a subir a su lado. La afortunada es Marisa, de José León Suárez. La morocha avanza sobre el escenario, pero no deja de filmarlo, de sacarle fotos. Axel le agarra la cámara y le dice: “Te conviene sacarla del medio. Mirá si en un momento quiero comerte la boca”. Las demás, las que no salieron sorteadas, braman como en circo romano. Él canta la canción a su lado y pero ella no deja de filmar. Él se cansa y le corre la mano.


“A lo largo de mi carrera, les fui cantando gota a gota mi historia con transparencia”, les dice después a sus chicas. A Axel le gustan dos cosas: mostrarse auténtico y las frases simples pero almibaradas. Y a ellas éso es lo que les gusta también. Carolina, del Club de Fans “Mi fuerza eres tú”, explica: “Lo sigo porque es sencillo y nunca se hizo la estrella por más arriba que esté”.


Él sigue. Es un showman. Salta, mueve la pelvis, hace “air guitar”. Si el recital se viera en mute, parecería una estrella de rock: jean ajustado, con cadena, pulseras de tachas, saltos con la guitarra en la mano. Si se sube el volumen, podría ser el show de una banda new age: sus canciones y su discurso entre tema y tema revisitan consignas de paz, amor, armonía. “Creo que el amor es el único camino hacia la evolución”, dice por ejemplo. Y sale un video de Sri Sri Ravi Shankar. Luego, Axel pide por el agua, por el planeta, porque se plante un árbol. También, un aplauso para su tío Cholo y su tía Mirtha, que están en el público. Y para Claudia Maradona, que también fue a verlo. Por último, dice: “Me gustaría agradecerles de una forma más cercana”, y entonces se entiende por qué los hombres de seguridad se vieron nerviosos unos minutos antes, el único momento de la noche en el que, parecía, tendrían un trabajo duro. Axel baja del escenario y corre entre los pasillos de la platea. Canta “Celebra la vida” y en el Luna Park sólo hay gritos y brazos que se extienden para tocarlo. “Estuve a dos centímetros”, le dice una chica a la otra, mientras da saltitos. Cuando termina el recital, las mujeres.


–¿Y? ¿Te gustó el show? ¿Es power, no?- dice, Axel. El lunes por la tarde, el cantante atiende a los periodistas en un hotel del centro. De cerca, pueden adivinarse sus 34 años, aunque mantiene el rostro joven. El corte despeinado le aniña los rasgos. En alguna entrevista, ha dicho que quiso ser sacerdote, también, que nunca se emborrachó, y que no fuma. Un discurso tan impoluto como las sábanas blancas que flameaban en la publicidad de un jabón en polvo que él protagonizaba.


Se crió en Rafael Calzada, cerca de un convento donde había una monja filipina que fue quien le enseñó a tocar el piano a él y a sus hermanos. El padre era un músico amateur. La madre, profesora de danzas folklóricas. Axel luego estudió en el conservatorio. “Recién a los 13 años tenía conciencia de que quería vivir de la música, pero me imaginaba enseñándola. De hecho, lo hice. Después me encontré componiendo, grabé discos y se dio todo esto. Hoy día cumplí muchos más sueños de los que hubiera imaginado”, dice satisfecho.


Es padre de una nena a la que llamó Agueda, que hoy tiene un año y siete meses. Dice que no la lleva en sus viajes.


–¿Te cuesta irte de gira desde que nació tu hija?


–Me sigue costando. El primer año estuve preparando el disco así que estuve con ella, pero ahora, que estoy presentando el disco, viajo y me cuesta.


–En tus recitales las mujeres explotan en gritos ante cada movimiento, cada gesto tuyo. ¿Cómo lo manejan con tu pareja?


–No, no es necesario. El amor es libertad para mí. Eso es lo que yo profeso. Hay confianza y ella me conoció cuando yo ya era famoso. Era un cantautor popular…está bien, cada día sigo creciendo más, pero cuando ella me conoció yo ya estaba haciendo tres Luna Park. Es un tema que no hace falta charlarlo. Es fundamental que no sea celosa, pero si me cela le digo que no me hinche las pelotas, me río…Yo soy un tipo que está arriba del escenario seduciendo. Aunque no lo hago a propósito, no tengo una postura, pero inevitablemente una palabra, una canción…a veces transpirás y la gente piensa que lo estás haciendo a propósito para seducir, como si quisiera hacer la gota a propósito. Uno está seduciendo desde una canción.


–¿Cómo llegaste a Sri Sri Ravi Shankar?


–Un día alguien de la fundación El arte de vivir me dijo que mis mensajes hablaban mucho de lo que trabajan ellos. Me preguntó si quería hacer el curso de respiración. Yo le dije que no tenía problema, pero que no quería estorbar, porque yo llego a una habitación y la gente se acerca para saludarme y así se perdería el objetivo del curso. Entonces me dijo que vería si podía ir alguien de la fundación a mi casa. Es algo que no hacen nunca. Sólo habían ido
a la casa de Tinelli. Y se ofrecieron a ir a mi casa. Junté unos amigos que están en un camino parecido y lo hicimos. Y en Berlín estaba la convención con los 25 años de la fundación y Ravi quería que fuera a cantar “Celebra la vida”. Por cuestiones de organización no lo hicimos, pero como a él le habían llegado mis canciones, en otro encuentro en Canadá me mandaron un video de él leyendo mis letras y en todos los conciertos lo ponemos.


–¿El curso cambió algo en vos?


–Yo ya venía de muy chico en un camino de evolución espiritual. Me había cruzado en mi camino con muchos maestros. Gurús mayas, enseñanzas pre colombinas. Los conocía en viajes, en montañas, en retiros de silencio, en lugares recónditos.


–A principios del 2000 viajaste a México y terminaste vendiendo tu ropa en la calle. ¿Cómo llegaste a eso?


–Había terminado de grabar mi segundo disco, “Mi forma de amar” y gente de la compañía me decía que fuera allá porque México era la plataforma. Yo tenía 23, 24 años y alquilé un departamento durante un año, pero no se cumplieron las promesas y me encontré allá sin un peso y sin un objetivo por delante. Así que agarré mi ropa, lo poco que tenía, y lo vendí en la calle, en la zona rosa, que es como Lavalle y Florida, y junté algo de plata. Acá tenía dos discos grabados, pero allá empecé a tocar en bares de vuelta. Me pagaban 20 pesos argentinos por noche. Tuve dos familias que me ayudaron muchísimo. Una amiga me prestó plata y volví con una mano detrás y otra delante para empezar de vuelta. Así surgió el disco “Amo”, que provocó un antes y un después en mi carrera.


–Después volviste, pero ya consagrado…


–A la vuelta, fue extraño. Hoy saber que una de mis canciones es de las diez más escuchadas del país es un honor. Todo llega en algún momento.


–A menudo decís que estar arriba del escenario es una responsabilidad ¿Cómo te llevás con eso?


–Yo lo vivo como un compromiso, pero no como una mochila. Yo tengo la posibilidad de elegir qué decirles. Puedo decirles que muevan el culo, o que busquen la felicidad, que la paz está en vos. Yo elijo dar un buen mensaje, sembrar una buena semilla. Siempre antes de cada concierto digo: “Al universo, a Dios o a lo que cada uno crea, espero ser un buen canal y que de mi boca salgan los mensajes que tienen que salir para que la gente crezca también en este concierto como crezco yo”.


–¿Cómo es tu vida en Traslasierra?


–Allá estoy en Las Rabonas y tengo mi huerta orgánica, doscientos frutales, cien olivos, animales. Traslasierra me dio la conexión más rápida, ese silencio más profundo. Cada uno encuentra un lugar en el mundo. Yo lo encontré allá. Lo importante es poder trasladar eso al lugar que uno esté. Yo puedo estar en el DF, en México, y meditar tranquilamente, porque el humo, el ruido, el smog no me molestan.


–¿Qué escuchás? ¿Qué hacés cuando no trabajás?


–No estoy escuchando mucha música ahora. Si escucho algo, escucho al Sapo Pepe con mi hija y canto con ella las canciones de María Elena Walsh. En mi casa, no miro mucha televisión. Sólo tengo un LCD en el living. Estoy mucho de gira y cuando tengo tiempo, en el avión, leo. Ahora estoy con un libro que se llama Rasgando el velo de la dualidad (de Andreas Moritz, “una guía para vivir sin juzgarse y ver con claridad”), y 1Q 84, de Haruki Murakami, un libro bien grande.

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